Y así, tras la primera calada torpe a un cigarrillo ofrecida por un misterioso chico, me enamoré, pero no de ese chico, no, me enamoré de la profundidad en la que una podía sumirse mientras miraba esos ojos verdes como un frondoso bosque. Sonrió y me apoyé en la pared, di otra calada y esperé a que dijera algo, para ver esos labios carnosos moverse y poder desviar la mirada de sus pragmáticos ojos.
Apoyó una mano en la pared y con un susurro leve que el viento se llevó entre sus gélidos brazos me dijo:
"Sígueme".
Y le seguí, le seguí, cigarro en mano, por aquellas callejuelas vacías exceptuando a un par de borrachos tambaleantes y a otras tantas prostitutas vacías de sentimientos a la caza de algún hombre que quisiera escapar del mundo real y dejarse llevar en una noche de placer y lujuria por un par de billetes.
Oía mi corazón latir al ritmo de sus pasos mientras aquel chico de pelo azabache que había conocido minutos antes en la puerta de un portal caminaba seguro hacia un próximo destino.
Llegamos a un viejo edificio hecho de ladrillos de color anaranjado, entramos por una puerta de metal y subimos en un ascensor con puertas de rejilla oxidadas, dimos con un piso decorado muy austeramente.
Le esquivé y caminé dentro, tiré el cigarrillo al suelo y lo pisé con mis simples zapatillas negras.
Me eché en la cama y me quedé mirando a la luna por un gran ventanal-
"Bonitas vistas"afirmé.
Se sentó a mi lado enigmático y me erguí, me miró con dulzura y se llevo un dedo a los labios, giró el cuerpo y me empujó suavemente, con un gemido quedé echada en la cama, no había nada más que decir.
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